Ya en el Jurásico, los Ginkgos poblaban los bosques.
El papel simbólico que el ginkgo pudo jugar en la cultura china pudo ser como una representación de la polaridad del universo. Los hechos de que masculino y femenino estén separados en distintos pies, que su hoja se desgarre en dos mitades ó que su tronco muchas veces se bifurque en dos ramas principales, podría ser una imagen viva del yin-yang.
Hace más de medio siglo, el Ginkgo vió acrecentada su leyenda un 16 de Agosto de 1945, cuando Hiroshima sufrió una de las catastrofes más importantes provocadas por la mano del hombre. Ocho meses más tarde, una persona se encontraba andando entre los restos, buscando algún atisbo de vida posiblemente con poco o ningún éxito. Cuál fue su sorpresa cuando de entre los escombros vio asomar un retoño verde de lo que en su día debió ser un magnífico Ginkgo. Hoy en día, ese árbol es venerado y tratado con el respeto que se merece. Numerosa descendencia del mismo ha sido distribuida por los principales Jardines Botánicos de todo el mundo.
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La medicina china ha contemplado numerosos usos a los diferentes extractos que se obtenían del Ginkgo. Ya se mencionaba hace unos 3000 años el beneficio del ginkgo sobre los pulmones y el corazón. Actualmente se han hallado compuestos químicos únicos de este árbol y se ha demostrado ser muy eficaz con los trastornos relacionados con la vejez. También mejora el flujo sanguíneo en el cerebro, mejora la memoría, mejora la agudeza visual en los ancianos y muchos más.
Por lo tanto, el Ginkgo se ofrece al hombre como árbol medicinal capaz de alargar nuestra vida como si saldara con nosotros una vieja deuda de gratitud. ¿Qué otra manera de perpetuar nuestra amistad sino plantándole en lugares escogidos?
Por lo tanto, el Ginkgo se ofrece al hombre como árbol medicinal capaz de alargar nuestra vida como si saldara con nosotros una vieja deuda de gratitud. ¿Qué otra manera de perpetuar nuestra amistad sino plantándole en lugares escogidos?
Emblema de los inmutable,
la herencia de mundos tan antiguos
que nuestra humana inteligencia
no puede hacerse una idea,
un árbol que guarda en sí
los secretos de eras intemporales
(Sir Albert Steward, 1938)
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